jueves, 11 de noviembre de 2021

 Ya son las doce en el reloj, hora que un poeta vallisoletano convirtió en el eje de su poesía porque para él era el signo de que "el mundo estaba bien hecho". Ya he dicho en el blog anterior que, al despertarme, no está mi cabeza para muchos vuelos narrativos o poéticos, pero ya he ido a ver a mi madre, ya he ido por el periódico y he comprado media piña. Hoy hay para comer caracolitos de pasta con salsa de Nápoles. La vida es un escurridizo animal que se nos pega por la piel y nos hace escocernos a veces. La vida es incomprensible para un mortal pues la vida la creó Dios hace mucho tiempo y su devenir solo la sabe Él, que está en las alturas. Decimos en el Padre Nuestro: "que estás en los cielos". ¿Por qué será que la "morada sin pesar" que dijo Jorge Manrique coincide con el cielo que nos cubre la cabeza? Pitágoras y otros dicen que en las alturas hay una música que no oímos, pero que está sonando. También lo dijo Fray Luis de León. La música de las estrellas sería la armonía que reina en el cielo, cuando vayamos a él. Ojalá el cielo sea el aposento de todos aquellos que han sufrido en la Tierra. Un amigo mío, Manolo, decía así: "pobre del pobre que al cielo no va: le joden aquí, le joden allá." Por eso, ojalá vayamos al cielo a ver por lo menos en qué consiste.

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