jueves, 22 de noviembre de 2018

La vida del pueblo es más sana no solo en lo material sino en lo espiritual. La gente de los pueblos tienen un contacto humano más pleno. Aquí, por lo que llamamos la ciudad, uno se cruza con mucha gente que solo saluda, en realidad no quiere saber mucho de uno, en realidad cada ser humano urbanita anida en su pecho el gusanillo de la soledad. Vivimos en pisos y nadie sabe quién vive arriba ni abajo. En los pueblos, se sabe más del vecino, aunque para algunos, eso mismo representa un incordio. Pero la idea de comunidad está más viva en el pueblo que en la ciudad. En la ciudad, nadie forma parte de nada, cada uno es un miembro desgajado del vecindario, del barrio. La ciudad es como Frankestein. El pueblo es como una pequeña colmena, todos a una. La ciudad produce males como la mendicidad, en los pueblos no creo que se dé esta lacra de la sociedad. Vamos, que no se da. No creo que en un pueblo a alguien se le ocurra sentarse en la acera y pedir limosna. No hay lugar a eso. En los pueblos se ayudan unos a otros en el consuelo del alma y en lo material, todos cooperan, todos están pendientes unos de otros. En la ciudad cada uno va a lo suyo sin reparar en los demás, en los problemas de los demás. Por ejemplo, uno del pueblo se entera de una noticia que puede convenir a otro del pueblo y enseguida se la comunica. En la ciudad no tenemos ni idea de lo que le conviene a los demás. Solo de lo que conviene a uno mismo y a sus más próximos. Los próximos, en la ciudad, son la familia y algunos amigos, muy pocos. En el pueblo, todos son como miembros de algo, como gente que participa de los mismos males y alegrías. En fin, en el pueblo las normas sociales se siguen por no molestar a la comunidad y en la ciudad se saltan las normas sociales todos los días porque no hay idea de pertenecer a nada. Me gustaría vivir en un pueblo cuando sea viejo porque hay más respeto y más idea de lo social.

Si en la ciudad hay asfalto, en el pueblo, campo.

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