martes, 24 de febrero de 2015

Siempre he pensado que es más feliz el que tiene cuatro cosas en la cabeza que el que tiene un conglomerado de ideas o de ambiciones a las que tiene que dar respuesta porque ese es su medio de ser feliz. Vivir simplemente la vida lo veo hacer a muchos: no se preocupan más que de ser felices, en todo término. Con unas cuantas fiestecitas y cumplir con un horario de trabajo van que chutan. A eso se someten sus ambiciones.
Yo no digo que todo el mundo debería estar preocupado por las filosofías que ha aprendido a lo largo de su vida pero que si las aprende y se convence de que una o varias tienen razón, ya no será feliz hasta que esa filosofía se cumpla en la medida de sus posibilidades.
Habrá marxistas que quieren que se cumpla el deseo de Marx. Y habrá existencialistas que piensan en el compromiso en la vida y que la vida es una lucha por hacer. Y así, con cada filosofía que uno haya hecho suya. Los que no conocen filosofías, sino que están atados a un ahora demasiado perentorio y precario, lo único que harán es cumplir con un guión sin pensar en él, como si fuera una figura escénica de mera figuración, de tramoya simple y hueca. Y los que conocemos filosofías que quisieron interpretar o incluso cambiar el mundo, nos comemos más el coco; muchas veces, en vano pero habrá merecido más el paso por este mundo pues nos hemos dado cuenta de cómo funciona un poco y aunque sea a título personal, hemos querido que cambie, nos hemos esforzado por el cambio o lo hemos planteado en unos escritos o deseamos que se cumplan ciertas verdades filosóficas que hemos aprendido. Y nos hemos forjado un criterio de análisis del mundo, por qué está tan confuso a nivel colectivo y a nivel personal.
En fin, si sabes filosofías, impedirá que te rías.

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