martes, 10 de febrero de 2015

Entre la masa ingente de personas que no vamos a destacar en nada, que no seremos recordados por nada especial sino por ser quizás buena gente, hay unos seres que sí serán recordados por sus obras. Hubo un tipo que quemó la biblioteca de Alejandría para ser recordado aunque nadie recuerda su nombre hoy. La mayoría de la gente se conforma con pasar el día a día de la mejor manera y de disfrutar algunas fiestas o acontecimientos felices antes de morirse. Para otros, su orgullo son sus hijos. Hay otros que tienen deseo de fama. Quieren constar en la historia por sus trabajos, sus descubrimientos, su aportación a la humanidad. Los escritores me parecen el ejemplo más vano: crear unas historias. ¿Para qué valen esas historias? ¿Valen como ejemplos? ¿Quién las va a leer? Unamuno fue un filósofo que escribió novelas pero ¿las lee alguien? Seguro que para el gusto actual esas novelas de Unamuno son un aburrimiento. ¿Quién lee el Quijote actualmente no siendo por obligación? ¿Para qué se esforzaron tanto esos escritores? ¿Para qué se esfuerzan hoy en día los escritores? No vivimos años de dedicación a la lectura, de ganas de que nos cuenten historias. Queremos vivir, no vivir historias de otros. Cuánta vanidad en los escritores que no son leídos, que son desconocidos por la gente, que no son populares como el fútbol u otros acontecimientos. La lectura no es un acontecimiento, es una práctica que muere en sí misma porque nadie lee.
El que lee, sabe; el que no lee, también.

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