sábado, 9 de noviembre de 2024

 Yo caeré. Cae un hoja. Cayó mi hermano. Cayó mi madre. Cae una hoja. Los asuntos de la muerte no se hablan. Solo están ahí para que un rápido pensamiento los revise y los ahuyente deprisa. Cae otra hoja que, en el verano, fue verde armonioso. Las cosas valen para hacer trabajos o cubrirnos o divertirnos o limpiarnos. Cuando uno muere, ya no se peina, ya no se afeita ni se viste para salir a la calle, ni toma el sol en la playa. Solo sé que uno se muere. Solo sé que me moriré. No hay que ser tan materialista que le niegue al alma su existencia. Hablamos, lloramos, sentimos, ¿no es eso el alma? Si nos quitan el alma de golpe, ¿en qué quedamos? Quedemos en que somos seres unitarios y locos, gregarios y míseros, individuales y tristes.

Somos como ese arbusto que crece prácticamente en la arena.

Llenos de dudas, llenos de la tristeza de vivir, llenos de un dios pequeño y blando como las hojas tiernas que caen del árbol.

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