miércoles, 13 de noviembre de 2024

 Las palabras, en peligro, al borde de no decir nada, callaron un rato. No se publicaron más novelas ni hubo tirada de periódicos. La emisión de televisión se cortó. La gente, en la calle, hablaba de que nadie hablaba por miedo a que las palabras no valiesen ya, no dijeran lo que tenían que decir. Mi hijo no habla, decía una madre. Pero nadie le hacía caso porque toda la comunidad parlante había llegado a la conclusión de que las palabras no eran serias, no se podía fiar uno de ellas. Las palabras mentían, confundían. Se estrenaron los gestos como sustitutos de las palabras. Comer se decía llevando los dedos a la boca. Vete de aquí se decía con el índice. Te quiero se decía con un beso y así, los gestos ya sabidos y los inventados por esta sociedad que desconfiaba de las palabras, se fueron imponiendo. Las canciones fueron relegadas al olvido. La gente no cantaba, no decía, no hablaba. Y así se tiraron varios siglos, no se podría contar cuántos. Y la sociedad cambió sin palabras.

Un desierto desolado, reacio al hombre, oscuro, traidor y extenso

guardaba el silencio tan bien que muchos fueron a él pero se terminó llenando de gente. Ya no era el desierto.

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