Inventar no es fácil. Mentir o inventar para salir de un aprieto, de un renuncio en que te han pillado sí parece fácil: le diré que estuve en Madrid, le diré que yo no le he quitado nada, le diré que mi madre me llamó a esa hora y que la tuve que atender, etc, etc, etc. Mentir para salvar el honor si nos acusan de ladrones. Mentir si nos acusan de escurrir el bulto, de no hacer nuestro deber, mentir si no queríamos hablar con esa persona con la que teníamos que tratar un tema fundamental sobre la familia. Mentimos muy bien, inventamos muy bien un lugar, una persona, una situación. Solo hay que ponernos en la tesitura de mentir, de defendernos de alguien contando lo que no fue. Pero los números, las personas y las situaciones cantan y al final, tú no estuviste allí, ni tú eres ese que dices que eres, etc. Es como los crímenes que aparecen en la televisión: alguien ha sido y alguien miente, inventa. El detective sabe de mentiras, de buscar excusas, de buscarse una coartada. Y al final, la mentira cae como un castillo, sea de naipes o de piedra.
Recuerdo la multitud cantando y bailando por las calles,
recuerdo el amor que perdí, lo tonto que era, el dolor que apareció en mi costado.
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