El gasto está en el gusto. Con gustos elevados, gastos estratosféricos. Pero no quería yo hablar del consumismo. Todo los días se mienta el consumismo como un mal de nuestros días. Todos consumimos. Lo malo es ser comprador compulsivo y ver tarde que la cartera se agota y ver que no tienes para lo esencial por comprarte esa chupa que tanto deseabas. Casi querías que viniera el invierno para consumirla encima de tu torso de chulo de barrio. Y así todo. Pero las compras compulsivas es una enfermedad como lo es la adicción al alcohol. Este sistema económico nuestro fomenta mucho la compra aliada con una publicidad muy agresiva que se cuela por todos los sitios: los grandes almacenes bombardean todos los días con ofertas irresistibles. ¿Irresistibles? Si eres un padre de familia, supongo que te tentarás la ambición de poseer esa chaqueta, ese reloj, esa gorra incluso para que tus hijos puedan comer o para que no eches horas de más en tu trabajo de autónomo. Y si quieres darte esos gustos, no te queda más remedio que trabajar más: para los tuyos y luego para ti o en sentido inverso, poniéndote a ti el primero.
Compra, compra, compra
o usa lo del año pasado.
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