Ya estoy aquí sentado de frente al ordenador escribiendo. Ayer sentí una punzada en el pecho pero no de manera física sino emocional. Tres horas metido en casa sin saber qué hacer. Nada me entretenía, nada me estimulaba. Al final, deseé que se llegara la hora de dormir. Hoy por la mañana me he levantado medio depre. En fin, supongo que serán cosas de mis circunstancias vitales o de la enfermedad. La mañana de domingo es un espécimen dotado de un soporífero tiempo que nos anula si nos metemos en él. En los domingos se arremolina toda una mísera manera de aburrirse, toda una condición de tranquilidad sin estímulos, todo un pandemónium de tristeza según pasan las horas. Pero bueno, otro día más, otro santo al que rezar, otro patrón de las horas inútiles.
Ceniza de siempre multiplicada, exagerada hasta los dientes.
La altura del hastío no tiene límites hoy.
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