Suena el gozne de las ventanas al abrirse. Doy entrada al anticiclón otoñal que inunda el piso, me peleo con las palabras ordinarias con que escribir un comentario iluso. Aquellos que se tiraron el pingüi con nosotros serán siempre recordados. Aquellos que guardaban su dinero en lo más recóndito de su bolsillo, también serán recordados pero de otra forma. Ni unos pasteles para celebrar el cumpleaños de su hijo. Qué tristeza. Los ambientes que se forman en la calle son siempre agradables, vecinales, amorosos, lúdicos, de risas al aire. Yo quería, yo quería. Pero todo vale dinero. No has ahorrado, no ha habido dinero. Por los pasillos de la biblioteca se escapa un renglón sencillo, muy humilde, que viene a decirnos que la literatura es buena compañera para las largas noches de invierno. El verano, sin embargo, no tolera la literatura, se le empacha en los días de calor y sol, de sol y calor. Madrid es una fiesta, solo pasear por ella, toda llena de amor por las criaturas.
Por los suburbios de Getafe yo fui y llegué a la estación.
Esto hará ya tres años.
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