Hay escritores que se levantan a las 5 de la mañana porque a esas horas no hay ruidos, se siente una soledad muy apetecible por la prosa y la imaginación. Los resultados los vemos en las librerías: otra novela de un crimen a resolver. Y luego, certámenes y reuniones en Gijón o Getafe a ver quién ha estado más original en el hecho del crimen cometido y su resolución. Yo he leído una novela este año en la que el crimen se produce por inhalación de humo de un tubo de escape. Después de todas las pesquisas, el autor de esta novela nos ofrece un epílogo y dice: el autor del crimen fue un estudiante universitario al que se interrogó pero se descartó de tal hecho. Total, no se solucionó el crimen por el policía de turno, sino que nos lo soluciona un epílogo, un recurso narrativo. Ahora me estoy leyendo otro crimen que se produce por congelación de la víctima. Muchos son los sospechosos y ya se me está haciendo larga la novela pero el gusanillo de saber va a hacer que me la lea entera. Y esas son las novelas de hoy en día, como en su día fueron las novelas de caballería y pastoriles. Me sorprendo de cómo de unos caballeros se hicieron esas patrañas y de unos pastores, esos líos amorosos. Habría que ver a esos caballeros y esos pastores verdaderos que anduvieron por los campos de España y de Europa, cómo fueron, cómo latía su corazón entre los amores y la guerra, como latió el corazón de Garcilaso y cómo fueron de rudos esos pastores que iban conduciendo esos rebaños inmensos de ovejas por las cañadas.
Los labios llenan el aire y lo que dicen
transforman el día, transforman el corazón y mudan el ánimo.
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