martes, 29 de octubre de 2019

La primera de las poesías (si es que se pueden llamar así en términos tradicionales) que abre "Hijos de la ira" se titula INSOMNIO. Voy a tratar de analizarla para entretenerme con algo en este blog. Ya dije que "Hijos de la ira" se publicó en 1944, es poesía desarraigada, de un autor que se siente mal, que no puede existir a gusto en su existencia y por eso escribe este poemario de queja y de desesperación.
INSOMNIO empieza así: "Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)." Ese millón puede querer decir habitantes o realmente muertos. En aquella época un autor muy leído llamado Gironella escribía un libro llamado "Un millón de muertos" por ser esa la cifra oficial de muertos en la Guerra Civil. Pero dice cadáveres, no muertos.  Y lo acota a Madrid. No sé qué sentido último tiene variar el sinónimo. Parece decir Don Dámaso cadáveres por habitantes (démonos cuenta entonces de cómo la guerra había diezmado la ciudad). ¿Por qué son cadáveres y no habitantes?
Luego de enunciar esta verdad digamos dislocada (cadáveres por habitantes), Don Dámaso pasa a explicar de algún modo esta apreciación por una experiencia propia (él se siente cadáver). La cama es "nicho" donde "se pudre". Él mismo se siente como un muerto pudriéndose en vida. Para que sepamos como se siente, recurre a imágenes (gime como el huracán, ladra como un perro enfurecido y fluye de las ubres de una gran vaca amarilla). Esto es surrealismo que agranda la sensación de malestar que tiene el autor.
Es querer explicar algo muy íntimo con expresiones fuertes que le da el surrealismo y a mí especialmente me gusta lo de las ubres de una gran vaca amarilla. Para mí indica sentirse extraño, sucio y triste por tener que vivir.
Luego, se dirige a Dios (lo hace mucho en todo el poemario) y le dice que qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre. El mundo para Don Dámaso se ha convertido en un pudridero de gentes que abonan el huerto de Dios. Es como relegar a la Humanidad a simple carne que muere, se pudre, se degrada y no ver en los demás ningún signo de brillantez o de sentido de la vida. Solo la gente se pudre, se pudre en el sentido que pasa la vida como algo inútil y feo y desagradable que va destruyéndose por dentro y huele mal (es lo que nos sugiere la palabra pudrir).
Y para terminar, pregunta a Dios: ¿temes que se te sequen los grandes rosales del día,/ las tristes azucenas letales de tus noches?
O sea, que la podredumbre de los hombres y mujeres de Madrid, ese existir sin ningún sentido más que irse pudriendo (imaginariamente), lo único que produce es un estiércol para que haya algo bonito en el mundo (rosas y azucenas). Las rosas y azucenas remiten a un soneto de Garcilaso, poeta del siglo XVI que dice en el primer verso: "en tanto que de rosa y azucena se muestre vuestro rostro", en alusión a la juventud de una mujer que tiene los colores rosas y azulinos en la cara. Tendría que enterarme qué relación tiene la azucena y la noche, pero no lo voy a a hacer. El caso es que yo creo que Don Dámaso consigue en estos dos últimos versos del poema alcanzar cierto optimismo en el sentido de que Dios crea belleza con nuestra miseria y nuestra muerte diaria. Y ya de paso consigue espolear al autor para crear una belleza poética de una situación muy, muy triste: la posguerra.

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