martes, 17 de enero de 2017

Noto que cada día me cuesta más sumarme al transcurrir de la jornada. Me quedo en la cama postergando el encuentro con lo que el día puede depararme, que es poco. Estoy en una especie de depresión por rutina, por lo que los psicólogos llaman "taedium vitae".

Y es que a mí, desde que dejé de trabajar de profesor, la vida me ha dejado como a la orilla de todo.

Hoy me he levantado a las diez, he leído las noticias en internet, he escrito algo pero no he hecho nada ni por mí ni por los demás que me parezca meritorio. Eso me tiene en un limbo de inutilidad que me exaspera.

Y dirán que estar cobrando una pensión es un chollo porque te levantas cuando quieras y no tienes horarios. Esa es la trampa, ese es el engaño de no hacer nada, que al final se vuelve contra mí y mi vida se convierte en un desorden.

Yo procuro llenar ese tiempo vacío de horarios y obligaciones con algo: con una novela que escribo, con hacer las cosas de la casa, etc


A mi hermano Paco este ritmo de vida le va bien: no se queja, está tranquilo en este remanso que huele a inactividad y reposo absoluto pero a mí me está matando.
Y esto no se soluciona con hacerme trabajador voluntario de nada porque no lo voy a hacer sino con una planificación que haga relevantes las actividades que lleve a cabo por mi cuenta.

La literatura me puede salvar con proyectos que yo ejecute día a día y que cobren relevancia en el trabajo de cada día. Siempre escribiendo. Por muy absurdo que resulte.


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