martes, 17 de septiembre de 2013

En el autobús un joven cede el asiento a una viejecita. La gente mira, asiente con una mirada. Eso es lo que hay que hacer. Palabras de agradecimiento de la viejecita. En ese autobús, un hombre sin darse cuenta pisa a la viejecita en un pie. Muchos creerán que ha sido a posta, que ese hombre está loco. Se arma un escándalo porque la viejecita se lamenta ostentosamente aunque no hubo intención.
Un político o un administrativo o un arquitecto lleva toda la vida trabajando para la comunidad. No recibe más que el agradecimiento callado de su propia obra y de los que la disfrutan pero nunca supieron quién hizo esos pisos tan bonitos, quién hizo tal ley que beneficia a tal grupo o quién solucionó un problema que fastidiaba a tanta gente. 
De esas personas las hay a millones en el mundo, quizás a miles de millones. Y nadie sabe qué bien hicieron. Sólo nos fijamos en ese futbolista absurdo que gana mucho y su cara repele ya a la vista de tanto que sale en la tele. El dueño de un pueblo es aquel que se pone a su servicio.

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