El otro día daba vueltas al dial en la radio: noticias de economía, de política, de deportes y ya iba a dejar de oír el aparato cuando me crucé con una lectura del Antiguo Testamento que se llama "vanidad de vanidades". Y lo oí y decía más o menos que después de una generación vienen otras que la olvidarán y caeremos todos en el olvido y la fama y el lujo y la ostentación y el poder pasarán a otras manos que harán lo mismo. Todos los afanes del hombre en vida pasarán y serán una vanidad, un humo que se insertará en el viento del tiempo que pasa. Todos los que han metido un gol decisivo, todos los que han levantado un imperio de oro, todos los desgraciados de este mundo, todos los que han escrito un libro que ha leído mucha gente tendrán el mismo destino: pasar y ser olvidados. Pero yo digo que quizás lo que no pase sea el amor del padre por los hijos o el amor a un hermano o a una madre. Eso no pasará.
Prisión de un dios son las venas que recorren el cuerpo.
Amor por los nuestros es ese dios.
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