La lluvia sigue cayendo y se va haciendo luego, se va haciendo ahora y luego y mientras tanto. La lluvia no perdona las vidas errantes, las que se alejan de la casa, las que andan cual lobos por la tierra. Son ya muchos los intentos de despegarme del lar oscuro, de aquellos que me querían tanto. Y luego, una persona buena que nunca ha soñado con Dios ni sus ministros me ha atado a la casa, al hogar, a la calefacción eléctrica. Son misterios que solo entienden dos hermanos, dos enfermos, dos errantes cabezas que no se asientan en la mediocridad de la gente pero que tampoco alzan el vuelo en pos de la paloma. Aquí están los dos, uno escribiendo y otro leyendo de los libros de la casa. Son aguerridos, son amigos, son de lo que no hay por la calle. Vuelvo de la calle: un honor antiguo me llama y me saluda fervientemente.
El espectro del mar me persigue aquí, en la meseta.
Me encontrará triste, la lejana caricia por la frente.
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