He leído en el diario la historia de un señor francés que, hasta que no se hizo con el negocio de las discotecas en Ibiza, limpió retretes, durmió en un bar y comió yogures caducados de los supermercados. Él descubrió a un tal Guetta y empezó a comprar locales y contratar DJs para que amenizaran las noches ibicencas. Pero se dio cuenta de que había un público más solvente y más maduro que podría pagar más si esa discoteca abría a las 16 horas. Y la abrió. Y la gente mayor bailó y bailó y llenó la saca de este francés que es experto en artes marciales y sabe cuatro idiomas. Este francés es de un pueblito que se llena siempre de nieve. Tenía que andar varios kilómetros para ir al colegio, pero en el colegio aprovechó a tope las enseñanzas de los profesores. Es un hombre que duerme dos horas y come frugalmente y lleva el control absoluto de su negocio. No le gusta delegar en nadie. La verdad, me he quedado anonadado al leer esta biografía. Llegó a Ibiza y conquistó Ibiza industrialmente, explotando el ocio de la gente que vivía en la isla. Todo un tiburón de los negocios.
Ahora como de los restos del supermercado.
Pero hoy como caviar.
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