Una columna cuya gracia es truncada por la iluminación del sol. Un pueblo abajo, abajo, pasada la sierra de granito llena. Y unos niños que gritan libertad, libertad para el pueblo acosado. Hablan los lugareños y los veraneantes en la plaza, contándose mil cosas. Tu barrio no es mi barrio, dice uno a otro. De donde yo vengo los edificios alcanzan el piso doce. El verano se enzarza otra vez en consideraciones hacia los demás, en prestar oídos a aquellos que viven en la capital, a oír de pasos cebras y atropellos inauditos. En la plaza, con el sol de la mañana, se van uniendo bocas y oídos hasta soldarse en comprensión del otro, en un amor delicado, tierno y suave como las flores de los balcones que rompen el aire y el azul del cielo con sus colores.
¿Cuándo habrá otra primavera de lluvia sobre los tulipanes?
No lo sé. Lo que pasa es que todo pasa.
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