Lo que ignora el viento, lo ignora la muchedumbre de gentes que acuden al metro por las madrugadas lisas y sombrías de la ciudad. Somos débiles como los ángeles que no se hacen presentes a los hombres en las calles, debajo de las farolas, en las cárceles, sobre las vías del tren, bajo la acacia fina y encima de una nube pasajera y olvidada. La voz sin materia surge de entre la canalla que no quiere trabajar y elige la pancarta y los gritos en las manifestaciones. Los trabajadores luchan ellos solos pues hasta los sindicatos vendidos al poder no les hacen caso. Los trabajadores están al albur de los jefes, de las horas, del hambre y el cansancio. Y esto no lo arreglan los sindicatos en la calle. Malditos sindicatos y líderes sindicales: no hacen nada. Humildemente respirando, el obrero va de su casa al trabajo y nadie le ayuda.
El poniente morado de la tarde llega, como llegó el día, como llegó la muchacha,
como llegó la hora de trabajar.
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