No conozco a nadie que haya asistido a algo portentoso o milagroso o fuera de todo orden natural. Yo sí que pude ver el estado de mi madre enferma del corazón y cómo salió del hospital y cómo se restableció. Yo creo que eso fue increíble. Pero, ya digo, no conozco quien me pueda referir de algo inédito, inusual ni siquiera extremo. Pero da igual. Tampoco conozco, de mi alrededor, a nadie espiritual: una monja, un cura o alguien que se supone que tiene relación con lo religioso, con lo sobrenatural, con lo divino. Pero da igual. La vida va pasando y todo camina con un orden civil, machacón, ordinario a más no poder. Dentro de todo este orden mecánico de la vida, debe de haber algo profundo y sinuoso que acerque un poco las horas a lo que está más alto que nosotros, más cargado de alma, más misterioso. Esperemos a conocer algún vestigio de esas existencias telúricas, asombrosas y especiales.
Vi los recodos de la ciudad, vi sus ratas y sus oasis
en desiertos de la mente y de la pradera.
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