El padre le dijo al hijo: tú siempre di que no a todo lo que digan las personas, sean necios o sabios. Y luego, sueltas una chorrada y acabas la frase así: y punto. Y así llegarás muy lejos pues nadie se opondrá a tu estupidez. El hijo, que no sabía leer y solo sabía de números, de algunos números, triunfó en la vida a costa de la vida de los demás. Nunca dejaba que los demás le contravinieran. Siempre llevó la razón a base de humillar al prójimo con sus y punto siempre en la boca. Se metía donde nadie le llamaba ignorante de todo y de todos. No colaboraba nunca en una conversación y todo lo decía a grito pelado. Era el perfecto gilipollas insertado en la familia de modo incondicional. Alguna vez alguien se enfrentó a él pero con dudosa autoridad pues la autoridad siempre era él, a fuerza de decir gilipolleces. Era el gilipollas número uno que iba por la vida y así ha seguido siendo.
Di siempre que no y alza la voz.
Serás tenido por hombre de autoridad que da pena.
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