Hay un bar en Majadahonda bastante grande que ofrece desde menú del día a pasteles y cervezas y vinos y comida para llevar. Pero lo que más llama la atención es que los camareros que hay, que son unos cinco o seis, forman una verdadera familia. Se apoyan unos a otros, pasan mucho tiempo trabajando en ese bar y consiguen dar ese aire de compromiso cada uno con su compañero de trabajo. Es bonito observar ese aire que ya no es artificial sino que es sincero, de unidad de todos los camareros. Si las familias fueran como esta que se crea al abrir las puertas de amanecida hasta por la tarde, el mundo sería ideal. No he visto nunca que regañaran estos camareros, no existe la envidia entre ellos, no hay un resquicio al mal amor en el desempeño de su labor.
Con los que vivas la vida, no regañes,
trata siempre bien a tu compañero de existencia.
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