En las aceras sufren los caballos de la indiferencia. Están quietos y malhumorados pues no trotan ni andan de allá para acá ni pastan la verde hierba. Los caballos de la indiferencia relinchan relinchos de ansiedad e impotencia. Su corazón descalzo bulle como un reloj muy apresurado e impaciente. Su corazón a veces teme y otras veces, se queda quieto ante la visión del cemento. Pequeñas calaveras de cuervos que amanecieron huidos avanzan y dan el primer paso para anunciar las penas de este mundo. Pero no siempre el presagio acierta. Las luces de las farolas dejan paso a las luces del sol en lo alto y las aceras respiran gracias a los niños que la pisan.
Con el alma dormida
asumo las tragedias, las palomas truncadas, los ríos fecundos.
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