Un deseo frustrado de pasarlo bien me derriba en mi casa. Salgo a las calles: la gente va cabizbaja, va rumiando desdichas, va ciega de males. Se inunda el mundo de periódicos, anuncios, pisapapeles, bolígrafos, figuritas de bailarinas, ceniceros llenos de colillas, paramentos, aceitunas que recogen los niños gitanos, almacenes de cartones coloreados, mendigos de un dinero que no existe. En fin, vuelvo a casa. Y el deseo frustrado de pasarlo bien se ha vuelto el deseo fuerte de no sufrir, de estar por estar pero sin darle importancia a las cosas. La vida agota todas sus sorpresas, nos llena de la monotonía necesaria para llegar a la cama, de noche, y no pensar más que en dormir y descansar de estas miserias que andan por las aceras.
No tengo para ponerme elegante
y menos, ocasión de ponerme elegante.
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