No le quedaba al libro de versos más remedio que ser feliz pues si no, nadie los leía. Pero los versos se acabaron un buen día, todo el mundo los había leído ya y habían pasado de moda. Vinieron otra generación de gentes que preferían la poesía melancólica. Sin embargo, había un señor que no hacía más que pasear por la ciudad que seguía frecuentando esas poesías alegres que le regaló su abuelo. Y ya fuera por las poesías, ya fuera por su natural optimista, este señor consiguió la pirueta vital de sentirse alegre y motivado por la vida. Y así, un día ingresó en una residencia para bien morir y lo primero que hizo al pisarla fue leer su libro de versos felices y mirar por la ventana de su habitación y vio un árbol, un pájaro y un insecto que rondaba por el cristal de la ventana.
Mañana se escribe con ñ de coño.
Y ayer con la y de poya.
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