Alguien empuña la aldaba y no es en vano. Un conocido, un amigo ofrece un rato de charla. Eso es todo. Y ahí es nada, según andan los tiempos. ¿Quién se para con un vecino a charlar? Es de épocas pasadas, es de cuando existía la vecindad, de cuando se conocía la gente, se saludaba ampliamente, no solo el hola y el adiós consabidos. Estamos pasando unas épocas en que conocemos a la estrella de rock en sus más íntimos asuntos y no sabemos qué le ocurre al amigo o al vecino o al conciudadano. Y así nos va, somos islas, somos núcleos que nunca se relacionan con otros núcleos. Y si preguntas por la causa de esto que está sucediendo, te dicen: a saber cómo son los otros. Más vale seguir en lo nuestro, en nuestro círculo y no saber nada de los demás. Y así, hay círculos familiares extensos y circulitos pequeños que andan solos, un poco a la deriva, sin saber de nadie ni nadie sabe de ellos. A qué mundo asistimos tan solitario, tan exclusivo, tan frágil, en suma.
Igual que una mañana o una tarde,
que surja la amistad de una vez.
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