Sintió sus propios pasos en la gravilla. Enfrente de él se alzaba la fachada de la gran mansión. Le espera dentro su amor, un amor encontrado en una tasca del puerto. Le parecía mentira estar allí, pero estaba. Un mayordomo le preguntó su nombre y él se lo dio. Entonces el mayordomo le dijo que la condesa le estaba esperando, que subiera las escaleras. Las subió y entró. El hall era enorme. Del hall subían dos escaleras largas. Una voz, desde arriba, dijo: sube, sube. Y él subió. Y desde alguna habitación de las muchas que había, una voz decía: sube, sube. Pero él no sabía desde qué habitación venía esa voz. Solo veía puertas y puertas. Abrió una puerta y allí no había nadie. Abrió otra puerta y allí no había nadie. Qué desperdicio de espacio, pensó. Aquí podrían vivir cuatro familias o cinco. La voz ahora decía: entra, entra, como un adelanto del abrazo carnal. Al fin, entró en una habitación y allí estaba ella: llena de arrugas la cara, flacucha, floja, fría. No era la "joven" que se había encontrado en esa tasca del puerto. Parecía tener 30 años más. Sin maquillaje, simplemente era otra persona. Salió de la habitación, bajó las escaleras y anduvo hasta el puerto. Vio a un amigo, tomó algo y luego, se puso a escribir su novela.
Si la vida solo te ofrece su monotonía,
disfruta de esa monotonía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario