Con sudores de sal enamorada sobre el arco voltaico de la taberna, andaban dos seres obnubilados por su desgracia. La perrita andaba con sus patitas delante de ellos. Miraba la perrita para atrás y al verlos, al percatarse, reanudaba la marcha. Ella hablaba de los malos amigos; él, de las malas gentes que solo sabían dos palabras: lo mío y lo tuyo. Así iban los dos por la calle, disgustados, pero nunca les faltaba de qué hablar, sobre quién hablar, sobre qué hacer un chiste malo y reír. Bastaban palabras para que todo se hiciera aire, un aire purificador y limpio, pues limpios tenían los dos los corazones. Y andaban y andaban por la ciudad y decían de su pasado juntos y decían de su amor de amigos indeleble y decían de su dulce paso por su mundo lleno de mala compañía que iba en el carro para desesperarlos. Pero ellos dos triunfarían pues la verdad estaba de su lado, la verdad de Dios les acompañaba como un arrullo sabroso, la verdad de los santos les susurraba palabras de consuelo a pesar de la gente, de esa gente, de ese pobre grupo de farsantes callados.
Ninguna bóveda soportará tu impulso
para romper la cúpula de los que solo saben de egoísmos.
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