Conozco un tipo que no habla nunca de sí mismo. Cuando habla, es sentencioso, funesto de verbo, denunciador de una situación que hace que el que le oiga, se sienta mal. Este tipo no me gusta, nunca me he sentido a gusto en su presencia, oculta muchas cosas, oculta su historia, su pasado y su presente. Es un tipo extraño, difícil de trato, huraño, nunca se ríe ni cuenta un chiste. El cuarto jardín se llama Junio y es muy bonito, tiene palmeras enormes de dátiles, tiene árboles asiáticos de troncos enormes, tiene plantas de hojas muy verdes, de una intensidad surrealista. Se mordían los puños para no decir nada, se iban al rincón para no tener que hablar, miraban y miraban a los demás, que sí entablaban una conversación pero ellos no hablaban. La paella me sentó mal por eso, porque se hacían unos silencios que nadie llenaba, se hacían unos huecos verbales que no tenían ningún sentido, pues hacía mucho que no se veían. Nadie hablaba. Nadie quería que le preguntaran, nadie ofrecía un comentario triste para charlar.
Una pared contra la ternura se hizo allí en las bocas frías
para que nadie dijera nada, para que lo oculto reinara.
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