Cogemos una piedra entre las manos, oímos cómo pesa esa piedra y el ruido que hace, vemos su color, su pulido exterior que rompe el río, olemos el agua que esa piedra contiene y pensamos que el mundo está bien hecho en esa piedra rodante, en esa dulce piedra sin aristas. Andamos mil kilómetros en dirección de esa piedra que ha bajado por el río. Y llegamos al nacimiento del líquido que nace. Y esa es la historia de una piedra que ha venido desocupándose de su propio volumen en el lecho de la corriente. Y así todo: nos vamos quitando peso, nos vamos acerando y pulimentando como ese canto dichoso en la celeridad del agua que baja y baja hacia el mar. La piedra es sinónimo de nosotros, es apariencia de lo que somos, es la metáfora perfecta de las vueltas que damos por el mundo, es el prisma donde vemos nuestro ser vencido hacia la vida.
La adusta proporción de la cuartilla en blanco
es lo que el escritor desea, es lo que hace la literatura.
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