La bóveda de la noche fresca del verano está ácidamente desenvuelta en añoranza. No pude disfrutar del crepúsculo tumbado en una hamaca. Solo un banco del parque contuvo mi infelicidad, un banco con música de móvil, un banco con cerveza sin alcohol y unas pipas crujientes llenas de sal. Los zapatos se comían a los zapatos y el pie encajaba reciamente en su postura. Luego, paseábamos sin querer ver a nadie, sin querer ver el sol pero queriendo mucho ver la playa, playa que no vimos ya nunca en ese maldito verano. Yo leí un libro de un Nobel americano, Saul Bellow creo que se llamaba. Luego, en el pueblo, presenciamos un chaparrón enorme, telúrico, mientras jugaba el Madrid contra el Osasuna. Y luego llegamos otra vez a la ciudad y perdimos 3 amigos, 3 amigos que lo fueron, sí, pero no con la audacia necesaria. Acabó la navidad. Puedes llorar, te dejamos, pero no mojes tu espíritu con tus lágrimas.
Él decía palabras, solo palabras: el ojo, el amor, la saciedad y el hambre.
¿Para qué decía palabras? No sé. Para nombrar, para apartar de sí la cosa nombrada.
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