La aristocracia rural parece que ya no existe. Ahora hay propietarios de tierras que las labran y sacan un rendimiento de los productos que se obtienen de esa tierra. Pero sí que existe una serie de duques y de condes que sacan sus beneficios crematísticos de la explotación de la madre Cibeles. Sobre todo en Andalucía. La duquesa de Alba parece ser un ejemplo de ello. El surco parece una cicatriz que se le hace al labrantío para depositar en él una semilla. Esto viene repitiéndose desde el neolítico. En la ciudad no se tiene casi conciencia de este fenómeno tan común por los pueblos que viven del terruño, de la misma tierra que les vio nacer. Los campos se abandonan porque los terratenientes mueren y los hijos no siguen la senda del agro. Los pueblos, triste ironía, se despueblan, no queda ya nadie que se sujete al albur de las simientes y el agua que cae del cielo. La vida se va poniendo cada vez más difícil para vivir en una población distante de la ciudad, alejada de los servicios básicos porque todos queremos chicha, pan y ver la mona.
Curioseando por estos mundos de Dios
me encontré contigo, aldeana de la gracia y el amor.
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