Otra vez volvió el solazo. No nos libramos de él. Una campana grande vibrando con sus golpes de badajo nos aturde y nos avanza el día. Quizás ya no se cumplan las leyes atmosféricas nunca más. Estamos viviendo épocas extrañas. Me estoy leyendo una novela de dos policías que se enamoran. De un crimen que parece un suicidio. Pero se me está haciendo larga. El reloj no para. El cementerio acoge un codiciable olvido. No sé si me gustaría estar muerto. Hay un pantano donde sumergen a los niños que fuimos y ya no salen a la luz del día. Es poco lo que se puede hacer. Poco o nada. Quizás solo esperar y esperar continuamente a que el mar deje de ser mar. Nos hemos acostumbrado a esa ley dolorosa, a esa ley impuesta. No tardaremos en estar detrás del biombo, desnudos, fríos como mármoles, sin ayuda de Dios pues ya no lo queremos.
La noche es joven. Son las horas breves por bellas.
Nos vamos a ir antes de que nos demos cuenta.
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