Amanece igual que un lagarto metido en su agujero. Atardece sin fin, con miedo a la gente. No andan por las calles más que luces de farolas alumbrando la nada. Dicen que va a nevar el viernes. La chiquillería está en casa jugando a policías y ladrones. Suena un ruiseñor a lo lejos, tan lejos que parece mentira que suene, que cante, que viva. El zumo de las paredes oculta una interrogante al futuro: ¿serán así las tardes de enero para siempre? La intemperie cifra un signo, el signo de no tener en quién derramar la pena, a quién decir lo que uno quiere, a quién hablar de lo creado y lo que uno lleva dentro. No es así como se hace la sociedad, el pueblo. La gente debería tener en cuenta unos cuantos crímenes y no dar licencia a esos que mataron. Pero no. Los asesinos no lo parecen, los asesinos pueden más. Ojalá la justicia cayera simplemente del lado de las víctimas. Los López no creen en este gobierno fatal.
Cuarzo de viento, al aire rompe el cielo, lo pone limpio y sereno
y es lo que hacía falta en España, un poco de cuarzo duro y seco.
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