Qué soledad de hombres apagados, qué feo es el espectáculo de aquellos que adoran el dinero. Entumecen la voluntad y el disfrute de las cosas buenas del mundo, solo pensando en una cuenta infinita que nunca les sale. El caballo azul de mi locura pide dar a los necesitados pero no lo hago y me revuelvo en mis creencias, en la inmundicia de mi posición social, en esto que como y disfruto yo ahora. La vida vendrá por la esquina menos vigilada de la plaza y te arrollará como un tren viscoso y llameante hasta que luego lamentes qué hiciste con tu peculio, qué vidas salvaste de la pobreza, qué dolor no curaste porque te daban igual los sufrimientos de otros. Era bien de mañana cuando yo me senté a observar la corriente del río. El río venía de la meseta y de los bajos valles. Vino como un ermitaño o peregrino. Vino Dios y se fue maldición.
Si tú supieras levantar el amor por el cielo y no amar tanto a los números,
vivirías feliz, comerías tranquilo y serías de corazón más extenso.
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