Las mujeres que se deshacen de su fruto humano no saben bien lo que hacen. La nostalgia de la rebelión nos recorría a chicos y chicas por igual. Algo debía cambiar. La radio recogió todas nuestras peticiones al gobierno que estaba instalado en la imposición. Grumos de ojos con el vidrio encima, llorábamos y llorábamos por nuestra libertad, por nuestro deseo de hacer algo por la patria, por la gente. Fumábamos porros en una esquina de la plaza, nos apalizaba la policía, nos escondíamos en las iglesias de los obreros, comíamos cualquier cosa a eso de las 4, incomodando a los bármanes y a los cocineros filipinos que habían venido a España hacía ya mucho tiempo. Éramos el desecho de la sociedad, la revolución de las pequeñas cosas, el estertor social de aquellos que no sabían vivir en esta sociedad. Nos tumbaron pronto pues no supimos defender aquello en que creíamos. Ya ha pasado la navidad: puedes entristecerte cuanto quieras.
El horrendo almacén de tantos ojos, de tantas miradas muertas
allí nos encontraba a los que luchábamos contra el régimen.
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