Los espejos de los castillos sobre el río aumentan la ferocidad de la piedra. Esos castillos que tardan en ser tomados, que se hacen recios y fuertes en su mentira y engaño deberían derruirse. Deberíamos todos luchar contra la falsedad de los hombres, contra esas rocas de bastardos cimientos. Aunque se muestren como algo dormido en el tiempo de siglos, las fortificaciones hostiles deberían destrozarse para siempre. El agravio ya está hecho pues fueron construidos. Pero no les queda razón de ser pues son canallas, feos de intenciones, claros ejemplos de pecado. La gente hostil no debería aparecérseme delante sino desaparecer para siempre de mi camino. Y el día ese en que la justicia los hará ciegos aunque no crean en la ceguera, morirán del todo en un rincón, ajusticiados por su propia maldad de perros despreciables.
Mi ausencia sobre el alba es tan perdurable
como las mariposas que ya no florecen.
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