lunes, 2 de marzo de 2020

El otro día me encuentro a una vecina de Las Rozas que es amiga mía porque perteneció a la asociación de la que soy miembro. Ella ya no va por la asociación pero de vez en cuando viene por Majadahonda a darse un paseo por su famoso mercadillo. La vi y tomé un café con manolitos, que son unos dulces propios de un local muy céntrico. Nos fumamos un cigarro los dos mientras hablábamos de libros. Pura, como la llamamos, ha leído todas mis novelas y le han gustado. Le digo que estoy sin historia, que no se me ocurre ningún tema del que escribir y ella me dice que encontrar algo de qué escribir depende de una rutina y de que una historia primariamente pequeña se convierta en una grande.
Hoy lunes me he puesto a escribir en un cuaderno grande qué historia podría yo escribir. Pero no ha salido nada. Mañana, para seguir con el método y una rutina, seguiré escribiendo ideas, temas posibles y personajes de los que yo pudiera ir tirando para iniciar una novela.
Me estoy leyendo un libro que empieza con la invasión de un bosque por las mariposas monarcas, esas que llevan a cabo esa larguísima emigración desde Canadá a México.
Un acontecimiento inusual puede ser el comienzo de una historia. Un personaje aventurero, también.
Pero yo no sería capaz de escribir sobre un viaje porque no viajo apenas. Ni tampoco de un lugar lejano ni de asuntos de brujas o vampiros.
Mis novelas serán de algo sorprendente dentro de la normalidad de la vida.
O la normalidad de la vida interrumpida por algo sorprendente.

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