viernes, 17 de agosto de 2018

Hay un escritor que se llama Julio Llamazares que se hizo muy famoso con un libro titulado "La lluvia amarilla" y que yo leí. Mira que las novelas de Delibes son deprimentes. Pues este libro es otra vuelta de tuerca a esto de la literatura rural, de los pueblos. En esa novela se cuentan los últimos días de un único habitante de un pueblo. Cada capítulo termina con el hallazgo de un muerto hasta que este hombre solitario se suicida. Nada más deprimente. Y nada más irreal y sacado de madre, como las novelas de Delibes, que de la vida de los pueblos no tenía ni puta idea. Creo que este libro se leyó más en clave de terror que de realismo rural. Bueno. Pues este Julio Llamazares se harta a escribir que los pueblos de España se despueblan. Es como denunciar que la gente, en verano, va con pantalones cortos. ¿Cómo no se van a despoblar los pueblos si nadie quiere ya trabajar el campo? ¿Qué hay alrededor de los pueblos si no campo? ¿Es que una madre española quiere que su hijo sea pastor de ovejas? ¿O que labre con un tractor las tierras? Todas quieren que sus hijos sean abogados o ingenieros.
En mi pueblo hay dos agricultores y un pastor y este es extranjero. Mi pueblo se llama Zarzuela del Monte y tiene la suerte de que la capital, Segovia, está a 30 Kms y que Ávila está a otros 30. Y aún así se está despoblando. Trabajo hay fuera del pueblo pero yo veo la juventud de mi pueblo que está pegada a los móviles. En cuanto a los móviles, tengo una anécdota de un señor avispado que me dijo que los conquistadores de América dieron a los jefes de las tribus unos espejitos y estos se los quedaban mirando mientras perdían todas sus posesiones a manos de los conquistadores. Hoy en día tenemos móviles con los que mirarnos constantemente y perder de vista nuestro alrededor.
Volvamos a lo de los pueblos. Cuando yo tenía veinte tantos años, en mi pueblo casi todo el mundo tenía de diez a quince vacas lecheras. Mi pueblo estaba lleno de boñigas. Todo el mundo mataba un gorrino para economizar. Todos tenían conejos y gallinas en un corral. Había muchos más agricultores. Ahora no. Ahora parece que la gente del pueblo espera que pongan la sede de un banco o de un empresa en su pueblo.
Mi padre, al que he ido comprendiendo con el tiempo, siempre ha pensado que la riqueza está en la tierra. Este pensamiento se llama fisiocracia y muchos hombres inteligentes han pensado en esta teoría. Mi padre va diciendo por el pueblo que nadie siembra garbanzos ya. Y se ríen de él. Pero deberían llorar.
Porque, ya digo, lo que rodea a un pueblo es campo. En los pueblos no suele haber cines ni rascacielos. Suele haber tierras que cultivar y animales y la gente no se da cuenta de eso.
A unos veinte kilómetros de mi pueblo hay otro que se llama Abades. Yo no he oído de ese pueblo que se despueble, aunque esté peor comunicado que el mío. ¿Por qué? Porque en ese pueblo se dedican a la cebada, al trigo, a la algarroba, al girasol, a criar cerdos, etc, etc y bajo esa cultura agropecuaria, el pueblo florece.
Ahora los de los pueblos tienen dos o tres coches, ordenador, van al cine, toman el aperitivo, se emborrachan en las discotecas, etc.
O sea, que para mí, los pueblos de hoy en día ni son chicha ni son limoná. No se dedican al campo pero quieren tener todas las comodidades de la ciudad.
Yo he visto, tiempo ha, cómo era mi pueblo. Y mi  pueblo era un pueblo como los que salen en las películas antiguas. Yo me pasaba el rato cogiendo renacuajos en la fuente y tirando piedras a los gatos. Tenía vacas, gorrinos, matanzas, corrales, conejos, gallinas, pilón, arroyo, fuente. Y había mucha gente. Ahora no hay más que señoritos que no se manchan la ropa y huelen bien. Antes, los de mi pueblo olían a ganado.
Bueno. Pues los de los pueblos quieren chicha, pan y ver la mona y para eso hay que ser productivos y la producción, en los pueblos, está en las tierras de alrededor, que ya nadie quiere trabajar.
También hay un refrán que dice: anda diciendo tu madre que quiere una reina pa ti / anda, ve y dile a tu madre que la reina está en Madrid.

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