martes, 7 de agosto de 2018

El verano va mostrándome un expectativa no muy halagüeña, pero válida: centrarme en vivir yo solo sin la gente que me rodea actualmente. Dos grupos de amigos ya no me aportan nada. Las conversaciones que tengo con ellos son ya insulsas y carentes de sentido. Siempre tendré a Paco al lado. Los egoísmos de esa gente ya me han hartado. Para lo que me han dado, puedo prescindir de ellos totalmente. También he dejado atrás a mi exnovia, que ha resultado ser negativa para mí. Con mis paseos, mi dedicación a la literatura y a estudiar me puedo pasar el rato ocupado. Este año dejaré de ir a la asociación a comer chocolate con churros y a oír paridas y también dejaré a los de Colón, que ya no hablaban más que de sus temas, yo de convidado de piedra.
Para estar hablando de los millones que ganan los futbolistas o de los análisis de sangre de un inválido mental, prefiero pasarme la hora en casa oyendo música o tocando el violón, tanto da. Y es que no había nivel en toda esa caterva de gente que conocía y encima había uno o dos de ellos que no los soportaba, me producían asco moral oírlos hablar, burlarse de los demás o haciéndose la víctima de todo. Hay gente maja y amable, sí, pero en su conjunto no valen una mierda. Las conversaciones que tenemos Paco y yo sobre ellos son agrias y feas porque estamos ya un poco hartos de ellos, así que, con no verlos, asunto arreglado.

Uno debe hacerse valer y estar con gente de valía.

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