Tu esquiva soledad te conduce a los hoteles. Allí montas un pequeño tinglado de palabras durante toda la tarde y lo envías a los grandes hombres y mujeres que viven la vida tranquilos porque no les pasa nada. Y sales del hotel de noche y paseas por la ciudad que destila una lluvia menuda como el ombligo de un niño. Antes de ir a los hoteles, ibas a la montaña y a los castillos y a las afueras de los barrios de Madrid a ver si los dioses tenían alas o no. Y ya dejaste aquellos viajes de ir andando por el sendero hasta la laguna. Y ya dejaste de dar besos a una mujer. Y ya dejaste de hacer kilómetros en un coche barato como la coca cola. Y ahora temes una enfermedad, un desliz, una debilidad. Pero yo soy yo y no lo que tengo.
Mira mi nostalgia cómo fluye.
Mira ayer y ayer era distinto.
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