A esta hora, en la Plaza de España de Madrid hay un par de amigos que hacía mucho que no se veían y toman un chocolate con churros en pleno amor fraterno. Luego, si subes por Princesa ves gentes que compran el periódico, ves al mendigo que ha dormido entre cartones, ves los bares que se llenan de grupos que charlan de miles de cosas. Ante un café y ante un amigo de verdad surge la palabra con un millón de colores distintos, con un tempero dulce y halagador. Las palabras se envuelven en un papelito escarlata que las hace muy apetitosas, muy traídas a cuenta, muy dulces de expresar. Y luego, uno llega a casa, resuelve un crucigrama, mira las paredes, a las que hacía falta una mano de pintura, y ya come con su hermano, con su hermano del alma.
Las palabras que surgen amistosas
valen más que el oro, más que los tesoros de la tierra.
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