En tus caderas se tiende Apolo, se hace luz de la mañana en el tibio corazón del temeroso. La gente no quiere hablar. O tiene prohibido hablar. O es mejor que no hable. Los que no llegaron nunca al umbral de mi casa no tienen derecho a enseñar la mano. Fuimos dos barcos por el mar mientras se agitaba la tormenta. Las lenguas que llaman por teléfono no calman las olas, las hacen más feroces. Nada se resuelve por teléfono. Luego se llama, todo resuelto, y dicen qué tal. Bien. Pero no acuden a este techo que cobijó todo. Y los que quieren mandar no saben mandar por su exceso de orgullo y porque pecan de gandules y no cruzan las jambas de la locura aquí ni allí. Y se van de vacaciones y llaman al enfermo y le ponen peor. Y no saben nada. No saben nada.
Qué mal está todo.
Pero hay ejércitos detrás de ti que no concibes ni en sueños.
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