lunes, 18 de febrero de 2013

Yo notaba que la novela me estaba poniendo a prueba. Me sentaba, como todos los días, a las cuatro de la tarde, después de tomar café y me ponía a escribir pero nada...aquello no iba, no escribía ni dos líneas que ni siquiera me satisfacían. Llevaba desde Navidades escribiendo dos páginas diarias a la misma hora y en el mismo lugar, la historia era benevolente conmigo, se dejaba hacer, había personajes que se me iban de las manos y todo ese rollo de escritor que escribe. Pero ya no me salía, ya no escribía nada que me gustara. Pensé en escribir un nuevo personaje para la novela. Creé un personaje malvado y réprobo que no iba con el carácter amable de los personajes que había creado ya. Ni yo mismo me creía cómo podría surgir tal personaje en tan amable historia, qué tenía que ver con aquellos que surgieron en Noviembre y eran dulces y miríficos, llevaban una vida normal sólo rota por algún altercadillo leve que solucionaban en un pis pas yendo al médico o dándose mil perdones y un beso fraterno entre ellos. Este nuevo personaje tardó en salir de mi inspiración y andaba renqueante en la narración, no se abría paso con facilidad en un mundo idílico en el que todos se querían y demostraban su afecto a cada paso. Un día, después de tomar café con los amigos, como siempre hacía después de comer, anuncié a estos que "no iba a la novela". Mis amigos se sorprendieron de la negativa y preguntaron que qué pasaba con la novela. Que no sale, dije yo. Ellos idearon nuevas tramas, nuevos incidentes, chantajes, duelos, divorcios, crímenes que no me satisficieron porque, entre otras cosas, yo era el dueño de la novela y del destino de aquellos personajes pero ese día no quería luchar más con la novela y me fui a pasear, a olvidar todo ese lío de descripciones, escenas, diálogos que me estaban enredando y a la vez amargando la existencia porque no brotaban como antes de mi ingenio. Me tiré una semana dándome paseos para olvidar mi novela. Un lunes, decidí ponerme otra vez ante mi historia, la historia que estaba creando. Nada, no surgió ni una línea buena. Traté por todos los medios de que aquello avanzara pero todo me salía inverosímil y absurdo y falto de gracia. El personaje malvado que creé parecía burlarse de mí, diciéndome: "no me crearás" y dejé de intentarlo cansado y hastiado del esfuerzo hecho para no conseguir nada aceptable.
Llevaba unos días tristón pues las Musas, definitivamente, no me eran favorables. Desistí de labores literarias e improductivas y me di a pasear a todas horas por la ciudad. Notaba que mientras iban avanzando los días de paseo, volvió a rondarme la idea de seguir con la ingrata historia que no se dejaba hacer.
Pero todo surgió cuando después de comer un sábado en que no fui a ver a mis amigos de café, me tumbé en la cama cansado también de paseos peregrinos y llenos de olvido. Entre el sueño y la vigilia pensé en matar al personaje principal. "Te mataré", grité en el duermevela de la siesta. Y al despertarme vi un sueño que se haría realidad en las próximas semanas: cometería un crimen pues los personajes no me permitían su creación; los mataría. No, mataría primero a uno principal a ver si los otros se asustaban y me dejaban seguir con la historia. Todo cambiaría en la historia. La desgracia se haría patente y todos se plegarían a mi voluntad otra vez. El personaje que al principio traficaba con drogas y deambulaba por Madrid haciendo fechorías, sería el arma homicida. Me dio miedo planear el asesinato, matar a un personaje que había estado entre mis manos durante meses pero creía que era la única manera de avanzar: un escarmiento, un giro del destino plácido de la historia en general. Lo haría en los próximos días. El crimen, la tragedia llegaba y la planearía estupendamente para que todo se tiñera de negro en la historia. Amén.

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