viernes, 22 de febrero de 2013

Beatriz quería a ese hombre. Lo amaba con mucha fuerza. A la hora de comer todos salían de las oficinas y como hormiguitas que salieran del hormiguero se desperdigaban por los restaurantes cercanos. Ella le miraba bajar las escaleras pues trabajaba en el piso segundo, ella en el tercero. Luego se juntaba con sus compañeras pero su mirada se desvivía por alcanzar su rostro y hablaba sin hablar con ellas. Sus compañeras se dieron cuenta de que no paraba de hacer torsiones con el cuello como si fuese un girasol que mira constantemente a la luz. El era jefe. Se llamaba Santiago, tenía mucho prestigio dentro de la empresa y era apuesto, guapo, altivo.
Beatriz a veces bajaba al segundo piso a confirmar ciertos datos y le veía y se le hacía la boca y los ojos miel de poderlo contemplar a sus anchas. Santiago notó esta debilidad por su persona en la chica, que llevaba asuntos administrativos para otro jefe como él. Un día estuvo toda la mañana y toda la tarde lloviendo y a Beatriz se le había roto el paraguas. Cuando dieron las ocho para salir, Beatriz se quedó en la puerta, esperando que escampara. Lo que escampó es su nublado deseo de ser atendida ya que, galantemente, Santiago la ofreció su paraguas y fueron caminando unas calles hasta el metro donde la chica, aturdida, pidió miles gracias a tan caballeroso ofrecimiento. Santiago notó el calor y el vapor de las ropas de Beatriz el poco rato que estuvieron juntitos bajo el paraguas. Le gustó mucho la sensación y el olor del pelo de la chica. Beatriz, en el vagón notó un temblor nuevo de su cuerpo todo pues lo tan deseado  se había hecho un pequeño fragor de cuerpos bajo la lluvia y alimentó una esperanza. "Se ha metido el tiempo en aguas" dijo él, agazapado bajo el paraguas protector. "No tenía que dejar en un mes", dijo ella; "¿te gusta la lluvia?""Mucho, hoy más que nunca", se atrevió a decir Beatriz en tono sincero e valiente. Santiago calló pero comprendió. Al llegar al metro se despidieron. La figura esbelta y grácil de Beatriz se coló en el suburbano y a Santiago le quedó una duda, que más tarde se revolvía en su alma con más ahínco. Hasta que un día, Santiago, al salir a comer, la invitó, dejando murmurando a todas las compañeras de ella.
Tanto contento le produjo a Beatriz esta invitación que estuvo muy parlanchina toda la comida y al salir del restaurante empezó a cantar y a dar unos pasos menudos de baile de tal modo que en uno de estos pasos, resbaló su tacón de secretaria y calló en la carretera y un coche que pasó a gran velocidad le machacó la cabeza sin que Santiago pudiera hacer nada por ella.
Esta historia fue muy traída y llevada en la firma de abogados donde trabajaban Santiago y Beatriz. Santiago se recuperó pronto pues las primerizas expectativas que se habían levantado no dieron lugar a un enamoramiento incipiente. Lo amigos de Santiago no supieron muy bien cómo reaccionar y Santiago estuvo confuso unos días por la polvareda que había levantado este caso. Todo se fue olvidando y Santiago encontró una mujer pianista que le hizo muy feliz y la memoria de Beatriz se reduce ya al ámbito familiar.

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