jueves, 7 de febrero de 2013

Hoy ha sido de esos días en que las cosas que veo muestran unas aristas hoscas, mostrencas y muy ordinarias. Parece como si la inspiración hubiera muerto para siempre y veo taxistas, tenderos, jubilados que se cargan de carne y hueso y aburren mi mirada desesperada por que haya algo de espíritu por la calle a la que doy vueltas como sonámbulo.
La poesía está en otro lugar, en otras mentes. Por aquí, no hay otro estímulo que un café con leche en un bar efímero y diario como los gorriones que apestan a mediodía y a migas de pan.
Será la condición de mi enfermedad que me hace estar un día muy eufórico y entusiasmado y otros se me cuela dentro un aluvión de aburrimiento que me hace vagar de aquí para allá sin centrarme en maldita la cosa.
Me está costando escribir todo esto porque no tengo maldita la gana de escribir pero tampoco tengo ganas de tumbarme y escuchar la radio ni ver la bazofia que echan por la tele y ya me he dado todos los paseos posibles de lado a lado de la calle y todo está vacío como  si la gente huyera de este frío y de este tedio de vivir y se hubiera refugiado en el aburrimiento de estar sentado y por lo menos no estar muerto o sufriendo los horrores de estar loco.
España va mal; los españoles, fatal y a la poesía y a las cosas bonitas de este mundo les han dado más ostias que a una estera y están en rincón a ver cuándo pueden salir de su agujero.
En este invierno, la gente no habla más que de cosas desagradables como la corrupción y los políticos de mierda que nos gobiernan. Yo ya no hablo de eso, me da asco. Ojalá un huracán selectivo se llevara a otro confín a todos esos mierdosos y a todos los que hablan de esos mierdosos y no los volviéramos a ver jamás.
Quizá el arte nos salve pero no sabemos ya ni qué cosa es el arte.

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