Una mujer muy del pueblo empezaba a quedarse sola. No se casó nunca, nunca tuvo hijos. Tenía ciertos familiares y amigos de los que no sabía gran cosa. La soledad empezaba a hacerle mella hasta el punto de hablar sola. Por el pueblo la veían haciéndose preguntas y contestándose a sí misma. Nadie pensó en llevarla a un médico, ni su familia ni sus amistades. Los veranos eran muy largos para ella. Los inviernos se acostaba muy pronto porque encontraba refugio en las mantas. Un día salió a la calle y la vio tan inhóspita y llena de desconocidos que pensó que ese día era el primero y último día de su existencia. Y regresó a casa con una sensación muy triste. Se metió en la cama y estuvo un mes en casa sin salir. Y, al salir, ya no volvió a ser la misma: rejuveneció por dentro, se valoró y dejó de hablar sola. Se había encontrado con su soledad y la abrazaba con ganas.
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