domingo, 14 de septiembre de 2025

 A sus cuarenta años ya había fundido una fortuna. Entre visitas a tiendas de ropa exclusivas y a otros establecimientos exclusivos, en los que una camisa valía doscientos pavos, no se cortaba este tipo de aparentar riqueza en sus ropajes. Si iba a correr por el campo, llevaba un pantalón corto de cien pavos, una camiseta de otros doscientos pavos y unas zapatillas de trescientos. Casi nada. No sé qué dispositivo psicológico le hacía derrochar a este tipo como si fuera rico. A lo mejor se creyó todo el tiempo que era el favorito de la casa y así, se creía en la obligación de vestir caro siempre. Sus padres le adoraban y también gastaban todo lo que tenían en vestir caro, así que sus padres llevaban también ese ritmo de vida tan rimbombante. Cuando miraban la cuenta en el banco, se sorprendían de lo poco que había a fin de mes y no se daban cuenta de que visitaban muchas tiendas exclusivas entre semana.

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