jueves, 22 de febrero de 2018

No me gustan ni los cambios bruscos ni las manifestaciones que se formen para esos cambios bruscos. Yo tenía alumnos que primero se quejaban de la fecha del examen y luego, se quejaban de los exámenes mismos y querían cambiar ese esquema de evaluación del todo. A mí me gustan los cambios que van precedidos del raciocinio y del buen gusto, no de voces ni de amenazas. Digo esto por la causa esa del feminismo a ultranza que hay ahora. Los cambios quieren venir de forzar las cosas y no plantearlas como Dios manda. Ayer oí en la radio, en una emisora de izquierdas que "la política es movimiento". Yo creo que la política no es movimiento sino que debería ser saber hacer las cosas con sentido común. Yo creo que si las mujeres cobran menos, deberían cobrar lo mismo y ya está. Pero que se empiece desde abajo arriba o desde arriba abajo y las mujeres se igualen en los salarios. Lo que pasa es que una madre es una madre y eso no lo cambia ni Dios que baje de los cielos. Y eso no lo quieren comprender las feministas de la nueva ola que hay ahora, que, quizás, dejen a los hijos a su libre albedrío y así nos irá en adelante.
Las mujeres paren y dan la teta y eso tampoco lo cambiará nadie por muy feminista que sea. Otra cosa es que forzando las cosas se desmadre todo y se vaya al carajo, que también puede pasar.
Yo, ante todo, deseo el orden mundial y de mi vecindario, aunque no conozco a ningún vecino y que cada santo aguante su vela y al freír de los huevos se verá todo como sale.
No me gusta que gente de izquierdas o feministas o cualquier otra movida que se invente vengan a cambiar las cosas y sacarlas de su quicio, que todo lo puso Dios en su orden y concierto y buscar pan de trastigo no es más que ganas de joder y ponerlo todo patas arriba para que nadie conozca a nadie y nos tengamos miedo unos a otros.

El que quiera cambios, que empiece por su casa.

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