sábado, 9 de noviembre de 2019

Como hace mucho frío fuera (cae una lluvia fina y helada como el hielo), me voy a quedar en casa. En internet he oído la carta de Seattle (un jefe indio americano) que mandó una carta al presidente de EEUU cuando se enteró de que los norteamericanos rostro pálidos iban a comprar sus tierras (las tierras de los pieles rojas). Dice que su pueblo acepta la compra pero que la naturaleza no está en venta. Dice palabras muy bonitas del águila, de la corriente de los ríos y del zumbido de los insectos y del brotar de las flores en primavera. Dice que el rostro pálido no dejará más que desierto tras de sí y lo llenará todo de mierda, como está ocurriendo. Es impensable para un piel roja una ciudad grande pero también hay quien dice que las ciudades dan la libertad al hombre. La cosa es que hay que procurar que el progreso sea sostenible, que no contaminemos tanto con polución, con plásticos y pesticidas. Que el grillo no deje de cantar y que el saltamontes nos asombre con su salto a nuestro paso, que los pajarillos no mueran, que las ranas alegren la tarde de los veranos con su croar, que los escarabajos de colores intensos e increíbles vuelen, repten y nos sigan asombrando, que los gusanos hagan sus capullos y salgan mariposas multicolor y que las abejas produzcan cera y miel en abundancia después de libar las flores.
Que el caballo de hierro no mate más búfalos, que los leones tengan su casa para poder vivir, que el oso polar no se ahogue en medio del polo, que sepamos vivir respetando la Tierra porque solo hay una.
Sitting Bull dijo: cuando se seque el último río y cuando se tale el último árbol, veréis cómo el dinero no se puede comer.

La Tierra no es infinita, el egoísmo y la estupidez humana, sí.

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